De por qué me cuesta trabajo hablar

Me tiembla la boca
sin estar nerviosa.

Veinte mil palabras
se agolpan
entre lengua y labios
se empujan unas a otras
por salir a ver luz del día
por entrar en oídos
por transformar neuronas.

Todas saben bien lo que son
han recorrido camino...
algunas veintidós años
y contando.

Se revuelcan y alborotan
si no encuentran salida por la boca
se van para los dedos
y los hacen escribir.

Siento explotar la mente
me torturan si no hablo
me comen viva
me frustran por el encierro.

Yo misma las formé,
las coloqué en orden,
tracé líneas imaginarias,
conjunciones,
y, o, ante, ahora,
pues bien, por eso,
por lo tanto,
esto y lo otro se entretejen,
se forjan en la mente,
se transforman en monstruo verbal,
en idea sonora.

Son dinamita,
son veneno propio a mis adentros.

Ay pero si salen...

Por estar ebrias de encierro
se retuercen entre ellas
se me amontonan las conjunciones,
se me nubla la vista del trazo mental
por la pólvora reventada.

Cuando les dan paso
son tan bulliciosas
tan imponentes (según ellas)
tan importantes,
que todas quieren salir primero
y se une el final con el inicio
el desenlace con el personaje principal,
las ideas secundarias con los adjetivos.

Ahí salen los balbuceos,
los recuerdos se van por las orillas
y no respetan el orden
parecen tráfico de locos
ahí va el tercer punto,
montado del sustantivo
que utilizaría en otra ocasión.

La idea principal se hace espacio
entre las bulliciosas risas nerviosas
pero se le adelantan los finales
las cualidades y los artículos.

Verán,
me cuesta trabajo a veces hablar,
porque las palabras
han estado ahí largo tiempo
y siempre han querido salir.

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